Ya tenemos los 3 ganadores del concurso experiencias

Efectivamente: ¡ya tenemos los 3 ganadores del concurso experiencias! En breve nuestro equipo se pondrá en contacto con los ganadores. Gracias a todos por participar, y os animamos a que en el próximo concurso volváis a participar. Los afortunados son:

1º – 40 de Mayo por Javier Sanchez Espanol

2º – Viaje en el tiempo desde la Estación del Silencio por Saida Beltran Guillen

3º – DESCUBRIMIENTOS por Nuria Rivas Biel

¡Enhorabuena a todos!

Os dejamos los relatos para que podáis volver a leerlos:

1º – 40 de Mayo, por Javier Sanchez Espanol

Entre Alicia y yo manteníamos un secreto.

El anciano que me hablaba lo hacía con voz baja y susurrante. Me agarraba fuertemente el brazo con su mano venosa y sus ojos miraban al infinito recordando un sueño.

En el fondo de un valle, en la umbría, entre agrestes montañas de elevada estatura, protegido por la solitaria silueta de una gran peña rocosa conformada por verticales paredes, encontraras un pequeño pueblo de tejados muy pendientes. Ahora en mi lecho de muerte, – continuó- cercano a la otra vida, te hago, amigo mío, ya que no tengo parientes más cercanos, participe de esta historia y te animo a que la continúes.

Así pues, me encamine a un destino desconocido, animado por las múltiples bellezas y alabanzas que me había descrito el anciano y con un propósito ignorado del que solo tenía ligera idea.

En la cabecera del Valle de Tena, reflejada en las aguas embalsadas se irradia, majestuosa como un gran faro, la Peña Foratata. Bajo ella, rodeada de bosques y torrentes de alta montaña, la villa de Sallent de Gallego se esconde camuflada en el verdor que la rodea.

Lo primero que hice al llegar, fue perderme entre sus calles, callejuelas estrechas y tortuosas, bordeadas de nobles casas empedradas cargadas de antigüedad. Disfruté de su silencio, de su calma, de su aire soñoliento. Crucé el bravo y gélido cauce del río Aguas Limpias, sobre un puente medieval de un solo ojo, realizado con cantos superpuestos esculpidos en perfecto orden. Ascendí hasta la iglesia gótica por traviesas escaleras y admiré las coquetas chimeneas rematadas por piedras espantabrujas.

Embriagado por una sensación de paz y tranquilidad, recorrer sus calles fue algo único. Antes de que el atardecer hiciese acto de presencia, seguí las pistas que el anciano me había ido desgranando. Encontraría la casa que un gigante habitara antaño, después un nudo de hierro anticuado anclado a un tablón nudoso y, finalmente junto a un nido de margaritas, como cada cuarenta de mayo, cuando el frío se retira, un objeto me estaría esperando.

El corazón aceleró el paso palpitando con desenfreno. Un manojo de cartas se encontraba en el descrito sitio. Movido por la morbosa curiosidad, abrí, al azar, una de ellas. A la luz de un farol cubierto de mariposas nocturnas el pliego describía, con palabras mudas de emoción, el amor profesado, aún cercano, distante y prohibido de una mujer: Alicia.

Y recordé la mirada dulce del anciano escondiendo su secreto.

2º – Viaje en el tiempo desde la Estación del Silencio, por Saida Beltran Guillen

Al llegar a la Estación de Canfranc y atravesar la verja por la descolorida puerta de hierro forjado pintada de color verde accedí directamente a las desiertas vías por las que, en una época no demasiado lejana, circularon trenes de vapor que transportaron a miles de pasajeros que iban y venían de Zaragoza a Pau e intercambiaban todo tipo de mercancías.

Fueron otros tiempos , que yo ni siquiera conocí, pero aún así aquel día pude cerrar los ojos e imaginar, como si de una película de época se tratara, el bullicio de la gente en los andenes, las conversaciones entrecortadas, algún grito de alegría por un reencuentro esperado o el llanto silencioso de una despedida, o quizás el chirrido agudo de las ruedas del tren al aproximarse a la estación o el trajín de maletas y bultos que cada pasajero arrastraba de un lado para otro. Seguro que las señoritas de clase alta llevaban sombreros de ala ancha y estaban acompañadas por caballeros de gabardina y bombín que atentamente les tendían la mano.

Con la vista fija en el majestuoso edificio pensé que ,sin haber oído o leído nada de la historia de la Estación de Canfranc, cualquier persona al verla podía percatarse de que fue una gran estación, no sólo por sus dimensiones sino por su estructura y su elegante belleza que transmiten la importancia que tuvo que tener el llevar a cabo un proyecto de esa envergadura.

Parecía como si todavía las piedras de esa estación conservaran intactos los recuerdos del pasado aunque la verdad es que esas piedras se aferran con fuerza para no desmoronarse y caer en el olvido. Después de caminar por alguna de sus estancias parcialmente rehabilitadas en las que está permitido el paso y contemplar su grandeza y su encanto, me pregunté: como alguien podría olvidarla ?

Toda su actividad y esplendor que comenzó en 1928 y continuó en las siguientes décadas (con sus vaivenes durante la Guerra Civil y la 2ª Guerra Mundial) se ha convertido con los años en un silencio inanimado interrumpido de tanto en tanto por las voces de los turistas y por un único tren, el Canfranero .

Seguro que quienes conocieron la estación en sus inicios y, de alguna manera, formaron parte de ella, mirarían con nostalgia esas vías donde ahora crece la hierba entre las traviesas, o esas paredes interiores desconchadas que arrastran la pintura y se agrietan. Es posible que trataran de encontrar su reflejo en unos cristales que antes cubrían las puertas y ventanas y que en algún momento se hicieron añicos.

Cerré la puerta de hierro y suspiré: Ojalá algún día el telón se vuelva a abrir y comience de nuevo la función.

3º – DESCUBRIMIENTOS, por Nuria Rivas Biel

Mi hija tiene 8 años.
Y tiene miedo a la muerte…
…la niebla cubría la tierra y la humedad helaba el alma.
Íbamos camino a Sarvisé, en el corazón del Valle de Broto, con la idea de hacer esquí de travesía y disfrutar del sol y de la nieve.
Pero el sol, perezoso, dormía tras la bruma, y la nieve, traviesa, nos enseñaba su blancura en la cima del Pelopín.
Quizá el invierno no había sido la mejor elección para volver al valle.
Pero nos sentíamos guerreros, queríamos enfrentarnos al frío, a la niebla, a la oscuridad, así que pertrechados con armadura invernal y un trineo desafiamos al tiempo, y nos lanzamos a las alturas en busca de la nieve, que nos sonreía timidamente.
Nos adentramos en el desfiladero hacia el Valle de Vió…y lo que vimos nos hizo temblar…de emoción.
Entre jirones de niebla aparecían las mojadas chimeneas, los campos blancos y marrones que se aferraban desesperados a la tierra, para no desaparecer, engullidos, por el frío y la desesperación del no futuro.
Nos deslizamos con el trineo por las laderas nevadas, sumergiéndonos en la niebla, rompiendo el silencio, golpeando las piedras muertas, olvidadas, y comenzó a nevar.
Ella miró al cielo y dejó que los copos la tocaran con suavidad. Contempló el manto de nieve. Lo tocó. Me miró y habló en voz queda:
-La nieve cae y se queda. ¿y la nieve muere? ¿y vuelve a caer?. Una y otra vez, y otra vez. Todos los inviernos. Muere y cae otra vez. Siempre está.
Cogió su trineo y subió la ladera.
El invierno fue la mejor elección para volver al valle.
Mi hija tiene 8 años.
Y ya no teme a la muerte.